lunes, 24 de noviembre de 2014

Las joyas malditas - María Moreno Alfaro



La impresión que aquel tipo dio a Elisa era de todo menos buena. 

Bigote idéntico al de Hitler, ojos oscuros con profundas ojeras y una enorme gabardina que ocultaba su enorme corpachón. Los bolsillos de la misma estaban completamente abultados, rebosantes de algo que Elisa no podía ver. No supo que fue lo que la impulsó a seguirle, pero lo hizo, hasta que él entró en una pequeña cafetería. Pidió un humeante café con espuma, que se bebió en un periquete. Ella, tras él, pidió lo mismo, sin quitarle los ojos de encima. Algo había en él que no le inspiraba una mínima confianza. 

Sospechaba de él. Y mucho.


Iba a cometer un crimen, supuso. No sabía porqué lo sabía, pero lo intuía; algo gordo se estaba cociendo bajo aquella gabardina. Entonces, vio como el tipo alargaba la mano en dirección a una chica con pinta de provenir de un burdel. Llevaba corrido el maquillaje y desaliñado el pelo. Sus ropas daban a entender claramente su profesión. Él le hizo señas para que se acercara y ella le miró, confusa. Cuando ella se acercó, se metió la mano al bolsillo de la gabardina y sacó un pequeño objeto que Elisa no distinguió bien al principio, pero que luego confirmó que se trataba de una piedra preciosa. 

Elisa se quedó paralizada. 

El tipo de la gabardina no estaba cometiendo ningún crimen como ella temía, sino que estaba haciendo una buena obra. Seguidamente, el hombre salió de la cafetería, no sin antes pagar la cuenta, y comenzó a regalar joyas a todos, a diestro y siniestro, a lanzarlos por encima de su cabeza y todas las personas de su alrededor se abalanzaron a cogerlos, incluso varias personas forcejeaban por una misma piedra. Todos parecían haber conseguido al menos una piedra. Aquella acción del hombre parecía tan noble y a la vez tan irreal, pero tan leal, que nadie esperaba lo que llegaría a continuación. De las joyas comenzaron a refulgir unas luces negras y empezaron a poseer a todos aquellos que se habían creído afortunados en un principio. Las piedras se apoderaron de ellos y un pequeño espectro fantasmal emergió de ellos, convirtiéndose en una máscara de porcelana, rota en mil pedazos al caer al suelo.

Un majestuoso todo-terreno llegó a la plaza y un hombre bajó de él, llevando consigo un gran macuto grande con forma de cuerpo. Efectivamente, una niña muerta se hallaba dentro, a la cual el tipo de la gabardina intentaría resucitar gracias a las almas robadas de todas aquellas personas que habían cogido aquellas joyas malditas. 



María Moreno Alfaro.

No hay comentarios:

Publicar un comentario