viernes, 5 de septiembre de 2014

La Cenicienta y el zapato de cristal



Érase una vez una chica que se vio obligada a vivir con su madrastra y sus hermanastras al morir su padre. Después de la desgracia, la obligaron a vivir como una sirvienta, encargándose de todos los caprichos de las tres. Las malas lenguas decían que su padre había sido tan bueno y aquella mujer con la que se había casado tan mala, que había muerto por no soportarla.

Un día, el palacio mandó un mensaje a todo el pueblo, comunicando que se celebraría una gran fiesta para que el príncipe encontrase a la esposa ideal. La madrastra se puso loca de contenta, pensando que una de sus dos hijas podría ser la elegida. Cenicienta también deseaba ir a la fiesta, pero la madrastra se encargó de intentar evitarlo por todos los medios, encargándole más tareas que nunca: barrer toda la casa, fregar todos los cacharros, lavar toda la ropa, preparar baños para las hermanas y un sinfín más. Por las noches preparaba su vestido, con ayuda de ropas viejas. Sin embargo, sus hermanastras la descubrieron la noche de la fiesta y se lo destrozaron, haciéndolo jirones.

Cuando las hermanastras y la madrastra se fueron, Cenicienta acabó llorando, no pudiendo contener más la tristeza. Entonces apareció su hada madrina y como por arte de magia, convirtió sus harapos en un precioso vestido, unos ratones en unos majestuosos caballos y una calabaza en una elegante carroza. La única condición es que todo volvería a su estado original a la medianoche.

Cuando Cenicienta llegó a la fiesta del palacio, todas las miradas se dirigieron hacia ella, incluida la del príncipe, que no dudó en acercarse a ella e invitarla a bailar. Nadie sabía quién era aquella joven hermosa, ni siquiera su madrastra y hermanastras, que no la reconocieron sin la ceniza que la solía recubrir. Las horas pasaban volando al lado del príncipe, el cual quedó prendado de la belleza y sabiduría de aquella chica. Entonces, las campanas del reloj comenzaron a sonar y Cenicienta supo que había llegado la hora de marcharse. Se disculpó con el príncipe, que no entendía nada y cuando ella salió corriendo, él hizo lo mismo. Creyó que aquella chica podía ser la mujer ideal. Mientras corría escaleras abajo, Cenicienta perdió uno de sus zapatos, que era de cristal.

El príncipe encontró el zapato y lo guardó. Al día siguiente fue de casa en casa, buscando a la dueña del zapato. Cuando llegó a casa de Cenicienta, las hermanastras intentaron calzarse aquel hermoso zapato, pero sus pies eran demasiado grandes. Llegó el turno de Cenicienta, a la cual pertenecía. El príncipe, entonces, la reconoció y la llegó consigo al palacio donde fueron felices y comieron perdices.



Fuente: es un cuento clásico que recuerdo desde pequeña y que todo el mundo sabe.
Créditos de imagen: boxoffice.es

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